De todos los retos que han ayudado a desarrollarme profesionalmente, hay dos que aún mantienen el valor de su aprendizaje: el día que hablé en público por primera vez y cuando acepté la responsabilidad de crear y dirigir mi propio equipo.
En el grupo de formación en GestaltDO, el primero por la izquierda soy yo |
Cuando tuve que hablar en público recuerdo que todo fue como la seda. Yo mismo me asombré de que el nudo que sentía en la garganta no me impidiese hablar como algunos me habían advertido.
Nada, ni gestos de pánico ni voz aflautada. Sin esfuerzo por disimularlo, mi nerviosismo por dentro no se reflejaba por fuera y desde entonces, una vez digerida la inevitable ansiedad inicial, hago lo posible por disfrutar.
En cambio, cuando empecé con mi propio equipo a tenía experiencia previa. En años anteriores, como psicólogo clínico, tuve la oportunidad de conducir grupos terapéuticos y experimentar alguna de sus dinámicas.
En cambio, cuando empecé con mi propio equipo a tenía experiencia previa. En años anteriores, como psicólogo clínico, tuve la oportunidad de conducir grupos terapéuticos y experimentar alguna de sus dinámicas.
Conocía bien las fases por las que pasan las personas conforme se van conociendo, los conflictos, los juegos de poder y el reparto del liderazgo, el valor del comportamiento no verbal para identificar las declaraciones auténticas y sobre todo, descubrí los beneficios de cortar las conversaciones banales y aprender a callar, a cerrar la boca cuando la emoción tensa el ambiente y es el grupo el encargado de sostener y dar respuestas al clima que se ha creado.
Siendo directivo, me di cuenta que mis habilidades como tal: centrarme en las tareas, fijar objetivos, exigir el cumplimiento de plazos,...predominaban y me iban conduciendo en la dirección contraria a mi formación terapéutica. Por ejemplo, este hecho se hacía más evidente cuando debía llamar la atención a un colaborador y me volvía estereotipado, frío y distante.
Pasado algún tiempo y una vez adquirida cierta maestría en la dirección, mis habilidades terapéuticas parecieron volver. Fue como si pasado el miedo inicial, mis principios y prácticas terapéuticas despertaran de un plácido sueño para orientar mi trabajo en determinado sentido.
Como ejemplo, recuerdo una ocasión en la que una persona con gran valor para la compañía, mantenía un enfrentamiento permanente con una compañera de proyecto y hartos de la situación vinieron a verme. Estábamos los tres reunidos cuando la más agraviada se dirigió muy cabreada hacia mí y clavando su mirada en la mía, me dijo:
- Lo que deberíais hacer es despedirme y terminar de una vez con este problema. La verdad es que sería lo mejor para todos.
En ese momento entendí que como directivo mi trabajo consistía en encauzar la situación y dar una respuesta que respetara los procedimientos y protegiera a la organización. Pero el terapeuta que llevaba dentro empezó a hablar y si no recuerdo mal, esto es más o menos lo que dije:
- Bien, una parte de mi dice que sí y otra que no, e imagino que a ti te ocurre algo similar. Por una parte quisieras mandar a la m. la organización porque te sientes maltratada por algo, pero otra quieres desahogarse y decir lo que siente. Por eso, creo que si te despido, no solo te quedarías sin un trabajo que aprecias sino que también sería un fracaso para mi.
- Totalmente de acuerdo, así es -me dijo.
Desde esta nueva posición fuimos capaces de negociar con mejor actitud su vuelta al equipo.
En circunstancias difíciles nuestro campo de conciencia se estrecha, dejando fuera multitud de fuerzas contrapuestas de las que no somos del todo conscientes. Como directivos podemos ayudar a ampliar la conciencia de las personas para que, desde algún punto nuevo, iniciar con mejores opciones diálogos más auténticos.
Siendo directivo, me di cuenta que mis habilidades como tal: centrarme en las tareas, fijar objetivos, exigir el cumplimiento de plazos,...predominaban y me iban conduciendo en la dirección contraria a mi formación terapéutica. Por ejemplo, este hecho se hacía más evidente cuando debía llamar la atención a un colaborador y me volvía estereotipado, frío y distante.
Pasado algún tiempo y una vez adquirida cierta maestría en la dirección, mis habilidades terapéuticas parecieron volver. Fue como si pasado el miedo inicial, mis principios y prácticas terapéuticas despertaran de un plácido sueño para orientar mi trabajo en determinado sentido.
Como ejemplo, recuerdo una ocasión en la que una persona con gran valor para la compañía, mantenía un enfrentamiento permanente con una compañera de proyecto y hartos de la situación vinieron a verme. Estábamos los tres reunidos cuando la más agraviada se dirigió muy cabreada hacia mí y clavando su mirada en la mía, me dijo:
- Lo que deberíais hacer es despedirme y terminar de una vez con este problema. La verdad es que sería lo mejor para todos.
En ese momento entendí que como directivo mi trabajo consistía en encauzar la situación y dar una respuesta que respetara los procedimientos y protegiera a la organización. Pero el terapeuta que llevaba dentro empezó a hablar y si no recuerdo mal, esto es más o menos lo que dije:
- Bien, una parte de mi dice que sí y otra que no, e imagino que a ti te ocurre algo similar. Por una parte quisieras mandar a la m. la organización porque te sientes maltratada por algo, pero otra quieres desahogarse y decir lo que siente. Por eso, creo que si te despido, no solo te quedarías sin un trabajo que aprecias sino que también sería un fracaso para mi.
- Totalmente de acuerdo, así es -me dijo.
Desde esta nueva posición fuimos capaces de negociar con mejor actitud su vuelta al equipo.
En circunstancias difíciles nuestro campo de conciencia se estrecha, dejando fuera multitud de fuerzas contrapuestas de las que no somos del todo conscientes. Como directivos podemos ayudar a ampliar la conciencia de las personas para que, desde algún punto nuevo, iniciar con mejores opciones diálogos más auténticos.
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