'El purgatorio' de Gustave Doré |
Si intervengo directamente sobre las relaciones personales, sacando a la luz sentimientos, creencias o valores, seguro que algún miembro del grupo mostrará una resistencia pasiva y reaccionará con ansiedad.
Aún más, dirigirá parte de su enfado hacia mí o hacia la organización por haberle metido en semejante purgatorio, con tintes de ejercicios espirituales, Dios sabe con que intenciones.
En estos casos y debido a lo aprendido tras algún que otro malentendido, me cuido de obtener previamente el consentimiento y el permiso de todos y cada uno de ellos, con el fin de legitimar mi actuación en ese nivel de profundidad.
Si por el contrario, enfoco mi trabajo en la tarea de intercambiar información y tomar decisiones en un asunto real que interese al grupo, preocupándome de objetivar las responsabilidades que mejorarán el desempeño (aquí puedes ver un ejemplo), no desaparecerán las quejas ni las muestras de ansiedad, pero aumentará la probabilidad de que trabajen conmigo en lugar de contra mí. Y que el sentido de participación que surja del esfuerzo compartido, les enseñe a afrontar situaciones similares sin mi presencia.
Ambas opciones, centrarse en las personas o en la tarea, ayudan al cliente a experimentar con formas de ceder el control, de encontrar la energía latente en el sistema y liberarla en lugar de luchar contra ella.
Sin embargo, cuando el encargo está predeterminado o las limitaciones del presupuesto me impiden conversar lo necesario con el cliente, puedo recurrir a un tercer enfoque, que no está nada mal: la formación centrada en contenidos, aderezada con algunas dinámicas motivadoras que suelen ser muy agradecidas y por supuesto menos comprometidas.
En estos casos y debido a lo aprendido tras algún que otro malentendido, me cuido de obtener previamente el consentimiento y el permiso de todos y cada uno de ellos, con el fin de legitimar mi actuación en ese nivel de profundidad.
Si por el contrario, enfoco mi trabajo en la tarea de intercambiar información y tomar decisiones en un asunto real que interese al grupo, preocupándome de objetivar las responsabilidades que mejorarán el desempeño (aquí puedes ver un ejemplo), no desaparecerán las quejas ni las muestras de ansiedad, pero aumentará la probabilidad de que trabajen conmigo en lugar de contra mí. Y que el sentido de participación que surja del esfuerzo compartido, les enseñe a afrontar situaciones similares sin mi presencia.
Ambas opciones, centrarse en las personas o en la tarea, ayudan al cliente a experimentar con formas de ceder el control, de encontrar la energía latente en el sistema y liberarla en lugar de luchar contra ella.
Sin embargo, cuando el encargo está predeterminado o las limitaciones del presupuesto me impiden conversar lo necesario con el cliente, puedo recurrir a un tercer enfoque, que no está nada mal: la formación centrada en contenidos, aderezada con algunas dinámicas motivadoras que suelen ser muy agradecidas y por supuesto menos comprometidas.
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