Recuerdo que por aquel entonces me encontraba cumpliendo el servicio militar lejos de casa y desconocía la existencia de Arpanet . Hacía dos años que había terminado los estudios de psicología y mi ordenador, un Sinclear ZX Spectrum, tenía que conectarlo al radiocasete para grabar cintas de datos difíciles de compartir. Era todo muy primitivo comparado con la actualidad. La única manera de ponerme en contacto con mi familia o amigos era por correo postal o esperando largas colas en una cabina de teléfonos que siempre estaba estropeada.
Éste era mi contexto tecnológico cuando Asimov adelantó el impacto de las conexiones entre computadoras en nuestro modo de aprender y en la educación en general. ¡Asombroso!.
Después de ver el vídeo cuesta menos imaginar el futuro de la educación, quizá porque ese futuro ya está aquí. Externalizada la información, acumulada en millones de ordenadores en la red, cada uno podrá acceder, según su interés y a su propio ritmo, a los contenidos que más le atraigan y le diviertan, aquellos que dicte su vocación. ¿Qué no todo lo que hay en Internet es verdad?, cierto, pero tampoco creemos todo lo que nos enseñan en el mundo real.
En este futuro, que ya es presente, la formación no será impuesta sino autodirigida. Tendremos la oportunidad de orientar nuestro aprendizaje, de ser responsables de nuestra educación.
Los centros educativos continuarán siendo necesarios para transmitir nuestro conocimiento común, desarrollar habilidades y relacionarnos con otros profesores y compañeros. Sin embargo, cada uno personalizará su aprendizaje buscando en el exterior las fuentes de su especialización, participando en aquellos foros que le aporten valor, explorando la validez de su información, contrastando sus experiencias 'learning by doing', mejorando su formación en un proceso continuo de aprendizaje activo.
Creo que en esta nueva era de la colaboración, el perfil del formador será distinto. Tendrá que bajar del púlpito y escuchar a sus alumnos, aumentar su tolerancia a la frustración, vacunarse contra la angustia del caos, aprender a orientar debates, probar nuevas formas de participación, equivocarse mucho, no repetir errores y perder para siempre el paralizante miedo al fracaso.
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